...(...)De vuelta a su casa y ya sin la magia del pregonero, vio acercarse al pueblo un carro cubierto por una lona verde. Se detuvo e hizo visera para resguardar sus ojos del sol con la mano en la que llevaba el cuchillo. Una mula avejentada tiraba pesadamente del carromato, atados a los barrotes traseros del carro: una burra, una cabra y una mona.
Por lo que de nuevo echó a correr tropezando al entrar en la casa con su hermana Micaela.
-¡Pero niña, tú tás tonta u qué! Hasta el Bonaparte es más educao que tú.
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-¡¡¡Qui vienen los titiriteros!!! –gritó la pequeña.
A la hora de la comida se acercó como invitada a casa de los Alba la señora Vicenta, y mientras saboreaba la tortilla de patata y unas suculentas gachas, le dijo susurrando a Micaela:
-Vete con ojo que el Zaca te anda buscando.
La jovencita ocultó su rubor al escuchar a su padre decir que si los gitanos habían montado ya su circo, era mejor acabar con la tortilla e irse con la sartén de gachas para la plaza.
-No, padre, qui los tititeros no empiezan hasta qui no se vaya el sol y no hay gachas pa tós –le contestó Bernarda con la boca llena.
Cerca de la anochecida Inocencio se puso la chaqueta de pana verde con ayuda de su hija mayor y cogió a Bernarda de la mano, a quien habían quitado toda la roña de las rodillas y puesto su vestidito blanco de ganchillo, y partió hacia la plaza.
Micaela los seguía llevando dos taburetes de madera. Dos taburetes de madera y un corazón anhelante. La señora Vicenta había abierto la caja de Pandora sin sospecharlo al anunciarle que su príncipe aún se acordaba de ella. Una malévola caja de la que había salido la peor de todas las de las desgracias humanas según don Catalino, la lujuria.
Sentada entre las sombras, Micaela, aún de luto, miraba a Zacarías mientras éste la devoraba con los ojos. Antes de que la cabra seguida de la mona llegara al final de la escalera, Micaela le dijo a su padre que tenía ganas de orinar. Inocencio que no había reparado en la presencia del muchacho pues tenía suficiente con mirar a la gitana descalza de enormes pechos que animaba a la cabra a trepar, le dijo que se fuese y no tardase; de vez en cuando le llegaban las risas de su Bernardilla y él también reía las enormes bondades de la belleza descalza.
Y en la oscuridad de lo prohibido, los dos jóvenes amantes se apretaron en su abrazo sin mediar palabra.
Las manos temblorosas del jovenzuelo subieron con prisas la saya, todavía de lana, después de haber chupeteado un sostén rebosante de penas caídas, y ni siquiera había llegado a rozar la piel desnuda de la muchacha cuando dejó de gemir.
-Hemos de volver con los demás, mi princesa –dijo Zacarías subiendo la cremallera de sus pantalones, pero al darse cuenta que se había mojado le pidió que volviera ella sola.
Micaela asintió mientras se colocaba la ropa entre minúsculos espasmos de confusión. Oyendo ya la algarabía de los gitanos empezó a rezar para no volverse a quedar embarazada. El canto de un grillo la acompañó en sus rezos... (...)
Bueno, esto es un trocito del proyecto de novela en el que trabajo ahora. Bernada... Alba (que no la de Lorca, aunque él tiene mucho que ver con esto) es la abuela de la protagonista y deshojando su vida se va 'armando' la historia. Y aquí mi problema.Estoy en pleno periodo de investigación, pero apenas hay historias rurales de principio del siglo XX. Y busco las más originales y anónimas.¿me ayudas?¿has oído alguna buena historia de por entonces?¿me la quieres contar?((semana de sobrinos en casa, si no pongo su foto y a la abeja Maya les da algo ;))))