Compromisos, fiestas, compromisos, buenas caras, dulzura, hipocresía... Navidad. Cada año llega antes ¿no?
Aglomeraciones, compras... y media hora esperando para ver... te arrimas y le rozas sin querer... ay por Dios, lo siento que no le vi.
Llevas esperando media hora y cinco minutos para que se quite, y nadie te ve a ti.
Algo así me pasó el sábado pasado con una gitana de estas que siempre llevan su delantal negro encima de la falda hasta los pies y debajo del abrigo, conjuntado todo con unas zapatillas de andar por casa y rodeada de cuatro o cinco churumbeles. Los niños en cuanto me vieron se olvidaron de los juguetes. Tan rocambolesco como increíble es tener complejo de juguete, pero haberlo ahílo.
Me miraban y tocaban los botones de mi silla como si fuéramos una atracción de feria... o mucho peor, como si fuera el mazinger z dispuesto a disparar a propulsión un guantazo a cada uno de los chiquillos. Mis ganas, con mi absurda diplomacia yo les quitaba sus sucias manitas de mi silla mientras llamaba a su madre.
-¡Señora se puede quitar, por favor, me deja pasar! -a esas alturas ya no podía salir ni pa’lante ni pa’trás- ¡Señora...!
Al comprender que la matriarca estaba aquejada de sordera profunda de indiferencia, la rocé. La rocé con tan buena suerte que la gitana dio un paso hacia atrás y se golpeó con mi silla.
Despacio porque yo estaba parada... llevaba media hora y cinco minutos parada detrás de ella.
E imagino que como estaba tan acostumbrada a soltar bofetadas sin ton ni son me quiso soltar una a mí. Y no me pegó porque mi marido que me estaba buscando le paró la mano.
-¡Ay, qué me ha roto el tobillo! –se quejó la gitana.
Yo blanca y con los ojos muy abiertos, era imposible...
Mi marido me mira para que vaya a por los de seguridad y que llamen a una ambulancia.
-¡Ya está bien, zeñor!, ¡ya no duele! –dice de nuevo la gitana mostrando y moviendo su pie enfundado en una vieja zapatilla.
Ante el alboroto, y todavía pálida, les dije a los de seguridad –son amigos míos- que no había pasado nada. Y seguí comprando, o mirando, con mi reluciente cara de Navidad que se había despistado.
Porque yo tengo cara de reluciente Navidad; porque el cáncer parece que se aleja de mi familia; porque mi novela, Las palabras del viento, que se publicará en abril brota dentro de mí con más fuerza que nunca; porque el 2012 será mi año; porque... la Navidad sólo es un estado de ánimo.
Y en las cenas compromiso, cuando reine la hipocresía, recordaré que fui princesa. Me hicieron sentir como tal.
Sin almenas, rejas ni palacios... a veces no hace falta.