Cipriano y tú os marchasteis unos días, primero con la viuda y luego con
tus abuelos ya muy ancianos. La sangre de ETA había salpicado de lleno a tu
padre y no querías dejarle solo. La verdad es que nunca le había visto tan
tocado. Saber que hablaba con su hermano por teléfono cuando se le vino la
cafetería encima resultó ser aún más traumático, si cabe.
El Culebra y María de las Begoñas habían alquilado una casa en
Huertapelayo, el pueblo de al lado. Imagino que pensarían que así yo no
sospecharía.
Y Eulogio, por su parte, andaba empeñado en acabar su novela y para ello me
seguía por las calles como si fuera mi sombra. Medio escondido y anotando sin
parar en un cuaderno azul.
-¡A éste una somanta de hostias bien das! –decía el guardia civil
Eutiquiano, viéndole escribir casi siempre en la puerta del cuartel-. Tanto
pintarrajear el Cuerpo de la Benemérita esconde algo.
-Está escribiendo una novela…
-¡Amos anda!
(…)
En alguna estrella
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