La pintura que
acompaña a mi novela es de Miguel
Peidro.
-
La gente había dejado de hablar poco a
poco y miré hacia el salón.
-Va a leer poemas Eulogio. Ya verás que
bien recita –me dijiste.
-¡Pero si es sordo!
-No oye bien. No seas cabeza hueca,
Miguel… ¡Ven!
“…La muerta resucita cuando a tu amor me asomo,
la encuentro en tus miradas inmensas y tranquilas,
y en toda tú... Sois ambas tan parecidas como
tu rostro, que dos veces se copia en mis pupilas.
Es cierto: aquélla amaba la noche radiosa,
y tú siempre en las albas tu ensueño complaciste.
(Por eso era más lirio, por eso eres más rosa.)
Es cierto, aquélla hablaba; tú vives silenciosa,
y aquélla era más pálida; pero tú eres más triste.”
La tranquilidad y profundidad de aquella
voz leyendo los versos de Amado Nervo me sorprendió. Equilibraba el mundo. La
noche. Y me relajaba. Me senté en un sillón y te pusiste junto a mí. La calma
se había colgado del cielo.
Siguió leyendo poesía de Amado y Luis
Cernuda mientras el frío y un viento helado corrían por las solitarias calles.
-Este poema va por ti, compañero. –le
dijo a tu padre con un puño alzado. … (…)
… (…)En un terreno movedizo, con un otoño vestido de
oscuro invierno, y sin poder detener ni interrogar a nadie. Intuir lo que iba a
ocurrir no adelantaba el delito. Pasábamos las horas del cuartel a la casona y
vigilando el río, arrebujado en una infinita sed de ti. De tus sueños, de todo
lo que había dejado atrás.
El trasparente
sonido del río me hablaba de tus ojos, el húmedo olor de los árboles gritaba tu
nombre entre las ramas desnudas del fuego verde, y la espesa niebla
estrangulaba tu alma adivinando un sol en las profundidades del cielo. Mi
estrella. Callaba el viento porque no podía dejar de pensar en ti, de recordar
ni imaginar tus besos. Las corrientes rugidoras arrastraban la fuerza del
secreto, de la vida. Y tropezaba el agua
con las rocas creando las ondas del deseo, de la nostalgia que se abre en la
mañana de los tiempos, de ese círculo visible de las ganas que buscan siempre
algo más. Mucho más…Todo.
Me gustaba estar
en el campo porque te sentía dentro. Volver a la realidad ya me gustaba menos.
-¡El Cristo colorao!
Algún día me acostumbro yo… (…)
-En alguna estrella-
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