Los sentimientos
se enroscan al alma.
Cambian, crecen, maduran, pero en el fondo seguimos siendo
las mismas. Aquellas niñas con su uniforme azul, camisa blanca y los calcetines
que se nos caían mientras soñábamos con el amor brujo de Falla y los chicos de
las clases de enfrente.
Fueron tantas las flores que le llevamos a María que hasta el pasado
mes de mayo en el grupo de whatsapp, que con mucho esfuerzo y ganas han creado
las mellizas, tarareábamos el ‘Venid y vamos todas…’ como algo tan precioso y
blanco que nos unía aún más.
En un mundo
de corrupción, violencia y paro acabar el día pegada al móvil cantando esa
canción viene a ser algo surrealista. Como la que están montando ahora buscando un cordero, digo un camello, en una foto que
acaba de poner María José.
Y aquí
estoy. Una hora buscando al puto camello por no ponerme las gafas.
Pero yo os
quería hablar de magia, de la magia que envuelve a esas niñas que se hacen
mayores sin darse cuenta. Para todas, para casi todas, los años en los que
estudiamos la E.G.B juntas fue la mejor,
o la casi mejor, etapa de sus vidas.
Para todas menos
para mí.
Para mí fue
una etapa convulsa; pero con algunos ratos tan entrañables y únicos que jamás
podré decir que mi infancia fue una pesadilla. Hubo de todo, aunque sí fue
extremadamente difícil. Que podía haber
compartido, pedido ayuda… ¡Éramos niñas! Mis compañeras eran ajenas a mi sufrimiento.
Me temo que
yo también.
CUARENTA AÑOS DESPUÉS… 2
1 comentario:
Q bonito. Gracias por tus palabras.
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