Volaba tan alto, tan lejos... flotaba cada vez que sus dedos rozaban las teclas. Su alma vibraba dejándose arrastrar a un mundo mágico. Nadie creía que pudieran llegar a compenetrarse de aquella manera, a fundirse en un solo corazón porque él, sin duda lo tenía.
Si estaba triste, su música lo decía; si por el contrario veía el sol, su música resplandecía. Aquella perfecta unión sólo la podían compartir con almas blancas, y la querían compartir.
Cuando empezó a enseñar, más de uno se llevo las manos a la cabeza. Cuando veían como sus hijos avanzaban en clase de música, alababan en silencio...
Sus manos..., las manos de Clarisa, a través de sus manos les sentía y guiaba a todos. Disfrutaba tanto o más cuando sus alumnos más aventajados tocaban pequeñas piezas compuestas por ellos mismos.
Y... su preferido, el pequeño Nando, a cuyos padres les había parecido absurda la idea del terapeuta de que empezara a conocer la música, ahora veía un rayo de luz al comprobar que la profesora de piano era sorda desde niña.
(Beethoven se quedó sordo a los cuarenta y cinco años, después compuso la novena sinfonía sin oír nada... )
5 comentarios:
Recprtes, Rajoy jugando al escondite inglés (francés y aleman), mucho frío, mucho trabajo, y poniendo relatos pequeños que escribí hace tiempo. Viento en popa y a toda vela
Sañada en sensibilidad o alocadamente niña, ¡Preciosa!
Delicioso, en cortas distancias te haces una reina d ela palabra...un abarzo.
Un relato que es un canto a la vida. Abrazos.
muchas gracias y un beso.
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