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lunes, 7 de junio de 2010

La profesora de piano...



Volaba tan alto, tan lejos... flotaba cada vez que sus dedos rozaban las teclas. Su alma vibraba dejándose arrastrar a un mundo mágico. Nadie creía que pudieran llegar a compenetrarse de aquella manera, a fundirse en un solo corazón porque él, sin duda lo tenía.

Si estaba triste, su música lo decía; si por el contrario veía el sol, su música resplandecía. Aquella perfecta unión sólo la podían compartir con almas blancas, y la querían compartir.
Cuando empezó a enseñar, más de uno se llevo las manos a la cabeza. Cuando veían como sus hijos avanzaban en clase de música, alababan en silencio...
Sus manos..., las manos de Clarisa, a través de sus manos les sentía y guiaba a todos. Disfrutaba tanto o más cuando sus alumnos más aventajados tocaban pequeñas piezas compuestas por ellos mismos.

Y... su preferido, el pequeño Nacho, a cuyos padres les había parecido absurda la idea del terapeuta de que empezara a conocer la música, ahora veía un rayo de luz al comprobar que la profesora de piano era sorda desde niña.


(Beethoven se quedó sordo a los cuarenta y cinco años, después compuso la novena sinfonía sin oír nada... )

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Apretando los dientes, cuentan, sobre el palo de ébano...
¡Demasiado corto... pero muy bueno!

María Narro dijo...

es hiperbreve o casi, ¡buenos días! me voy.

besos.

Nacho dijo...

Como siempre, eligiendo las teclas precisas para sorprender...

alba-luz dijo...

¿Se puede hacer sentir más con menos?

Un besito lleno de admiración.

fgiucich dijo...

Excelente!!! Abrazos.