En aquel instante supe que nunca le querría.
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Estaba nerviosa. Los conocía a todos del chat pero aquella era la primera vez que nos veríamos en persona. Habíamos quedado en el kilómetro cero.
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Dejé el coche cerca de Sol y me encaminé por una acera apretada de gente hacia nuestra cita. Había sido un día de mucho calor y cuando empezaban a asomar las primeras estrellas el sucio asfalto las recibía con ardiente aliento. Mis pies empezaban a protestar porque las sandalias eran sumamente ligeras. El escaparate en penumbra de una tienda me devolvió el tono dorado de mi piel, observé en él las sandalias y toda protesta fue denegada. Eran divinas. Mientras esperaba el cambio de color del semáforo me fijé en alguien rodeado de gente que reía.
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-iHo, ho, ho! i Feliz Navidad! -repetía un Papa Noel a la vez que hacía sonar una estridente campana.
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Rojo. No pude evitar arrugar el ceño al mirarle. Me coloqué la correa del bolso sobre el hombro desnudo y pisé con seguridad el paso de cebra. De nuevo parada en un atasco de gente, miré hacia atrás. Aquel extraño personaje se había desprendido de la barba y la campana y empezaba a cantar con cara angelical:
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"Noche de Paz, noche de amor...
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Seguí mi camino intentando no oírle. Los nervios seguían flotando en mí; el montón de desconocidos con los que había quedado pisaban ya la misma plaza que yo. Era triste darme cuenta que el artilugio que me daba de comer también me diera las únicas sonrisas que poblaban mi vida. Y ahora por fin iba a conocer esas sonrisas, y tal vez una caricia.
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...claaaaaaaaaaaro sol, brillando está..."
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-Tú debes ser la abeja Maya -me dijo una mujer de edad indefinida y labios demasiado rojos al reparar en la rosa blanca que llevaba en la mano- yo soy Heidi encantada - siguió diciendo mientras me daba un beso en cada mejilla.
-Igualmente, me llamo Carmen... -le contestaba mientras ella vociferaba a un grupo de gente que había llegado la abeja Maya.
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Fuimos a tomar unas cañas siguiendo todos al Capitán Tr
ueno. Ya no oía la canción de Navidad sólo veía sonrisas forzadas delante de mí y a un enamoradizo Popeye que babeaba ante mi escote. Me abrochaba un botón de la blusa cuando Obelix me pisó al acercarse para darme fuego. Tras disculparse con exageración y yo encender mi cigarro, fui a sentarme cojeando con Heidi y su abuelo. Hablaban de Melancolía, el nuevo del chat con el que me quedé charlando el otro día hasta las tantas porque su conversación me hechizó.
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-Nadie le ha visto y dijo que vendría -decía Heidi- pero es un tío raro, siempre habla con segundas. Va de profundo el muy pringao, todo en él es metáfora
-¿Metáfora? -pregunté.
-Más bien mentira, dijo que vendría vestido de una de las más grandes mentiras y ni siquiera ha venido... ¡Maya!... ¿abeja Maya dónde vas?