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viernes, 2 de marzo de 2007

¡Música Maestro!



Hasta que encontró aquella pasajera solución, creyó volverse loco. Dentro de unos años... ya vería.

Cada noche cuando salía del teatro y llegaba a casa, ponía la manita de Yesco sobre el casset con la grabación del concierto que había dirigido esa noche. El pequeño estaba completamente dormido y así continuaba. Por el día visualizaba vídeos de sus actuaciones mientras Yesco jugaba con su mecano junto a él. Un enorme perro les miraba perezosamente desde la butaca más cómoda de toda la sala.
Hubo un tiempo en el que componía, pero dejó de hacerlo cuando le anunciaron la sordera de su hijo. Era un bebé de seis meses entonces. Sordera profunda, diagnosticaron. -¿ Y la música? -pudo pensar al fin- ¿ mi hijo nunca sabrá lo que es la música?
Yesco tenía cinco años y era inmensamente feliz, como cualquier niño rodeado de amor y ternura. Le gustaba jugar imitando a papá moviendo sus pequeños bracitos. Emitía débiles sonidos al reír que eran vitamina celestial para su familia. El pequeño no se separaba nunca de Guau, un perro amaestrado que le anunciaba los peligros que él no podía oír. Llevaban juntos dos años, se entendían a la perfección. Con U, cómo había aprendido a llamarle Yesco, le dejaban alejarse de los ojos de los mayores sin miedo a que le pasara nada. Pero esas escapadas sólo eran permitidas en la finca de los abuelos.
Por ello aquella mañana el chiquillo no dejaba de sonreír, mientras que con su naricilla apoyada en el cristal del coche de mamá, observaba a dos gigantes algodones blancos perseguirse por un cielo eternamente azul. U, recostado a su lado, apoyando la gran cabeza en sus piernecitas, olisqueaba con los ojos cerrados el aroma de la temprana primavera que se colaba por una ventana. Mamá sonreía a través del retrovisor mirando la felicidad, porque su hijo era eso si la felicidad existía. Las cuatro estaciones de Vivaldi envolvían un turismo rojo que engalanaba una solitaria carretera comarcal.
El abrazo a los abuelos fue fuerte y corto, no podía ser de otra forma estando la pequeña bicicleta en el garaje.
Yesco pedaleaba a golpe de ilusión por el sendero. U, a cappella, ladraba al aire corriendo a su lado. Los altos chopos se inclinaban a saludarle; vistosas mariposas danzaban ante sus ojos abandonando por un momento las flores de los almendros; el viento mesaba sus alborotados y suaves cabellos mientras la vida acariciaba su cara. De pronto, Yesco, se paró. U dejó de ladrar. El niño miró a su alrededor, al cielo. Las puntas de los altísimos chopos tenían ya hojas, jóvenes y tiernas hojas verdes. El suave viento las movía a la vez, de un lado hacía otro, hacia delante, hacia atrás, no paraban... Yesco no dejaba de mirarlas. Se movían todas a la vez... de un lado a otro, de un lado a otro... El niño se bajó de la bici e irguió su cuerpecito, echó la cabeza hacia atrás y emitiendo un leve ruido, comenzó a mover los brazos con su mirada clavada en las hojas que hacían cosquillas al cielo.
U, rompió el silencio, rompió el silencio con dos ladridos; dos ladridos, dos palabras: ¡ Música Maestro!.


Me emocioné mientras escribía el relato porque vi, oí, y sentí, el concierto de la vida dirigido por un niño sordo...-pag.145, Fotos de un Adiós-

Daría todo lo que soy, lo que pretendo ser, o lo que nunca seré, por ayudar a la integración de la persona discapacitada.
Buen fin de semana, sed buenos.
Nos vemos el lunes;)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Desde el otro lado del espejo

http://red.impunity.co.kr/~beyond/color/ELBOSCO_-_Nivana.wma

María Narro dijo...

no consigo ver nada en esa dirección, bueno sí pero no entiendo el coreano.
Me sacas del español y el inglés y me pierdo.
Sorry.

Anónimo dijo...

Haría falta una movilización de gran envergadura, un plan de integración con proporciones tan descomunales y desproporcionadas que los gobiernos sudan sangre cuando leen los presupuestos. Entre ciegos, sordos y tarados sumamos más de nueve por cada diez habitantes del planeta. El resto son artistas.

María Narro dijo...

Sé que es algo utópico, o pura utopía, Sementerio, luchar por la integración del discapacitado, pero en ésta vida siempre hay que perseguir sueños. O dar la tabarra para que se den cuenta de que existimos.

Gracias por leerme.

Anónimo dijo...

Verás, o se es un tarado o se es una artista. Y los segundos velan siempre por los primeros. Yo pensaba que tú eras una artista, por eso estoy aquí, para que me ampare tu gloria literaria. Si voy solo por el mundo me encuentro con dificultades y obstáculos que mis incapacidades no me permiten sortear, necesito las muletas del arte para poder caminar, moverme o salir a la calle. Hay edificios que no están pensados para mis limitaciones, en la misma recepción desisto de realizar gestión ninguna cuando compruebo que no podré pasar siquiera del primer eslabón o trámite que exige la estructura. Debería existir un presupuesto para que a la entrada de cualquier construcción, incluso también en las esquinas de cada calle, se pudiera contar con la ayuda de una obra maestra del arte, algo en lo que poder apoyar los muñones de nuestras partes mutiladas. Entiendo que eso es difícil, somos tantos los incapacitados y vosotros los artistas sois tan pocos...

¿Gracias por leerte? Déjate de tonterías y espabila, los tarados queremos más.

María Narro dijo...

gracias y un beso, mañana más. Vuelvo a ser profe de Inglés además de escritora y las agujetas del gimnasio me asoman por las pestañas.

Hay días en los que necesito con urgencia comentarios como el tuyo.