Súmmum

El palacio se alzaba majestuoso sobre el acantilado. Sus paredes blancas y grises engalanadas de hiedra que reventaba en un verde intenso, acompañaban a unos eximios torreones de oscura pizarra. Bordeando el palacio y a pie de su escalinata: el esplendor de un jardín rebosante de color; sobre el manto de hierba salpicado de margaritas: ella.

Ella; quien sin duda era la mezcla perfecta entre la exquisitez de una joven japonesa moviéndose al compás de un Shamisen, y la sensualidad de una bailarina hawaiana, observaba el cielo intentando adivinar los dibujos de algodón que sus traviesas amigas las nubes dejaban a su paso. Estando en estos quehaceres, una bella mariposa se poso a su lado diciéndole: - Es hora de que tengas un hijo con quién compartir tu acantilado de Belleza, tus noches sin fin, tus días... vacíos -. Ella pensativa miró a la mariposa: - curioso, muy curioso -le contestó- que me pidas lo que más deseo en este pequeño mundo, pero es un imposible puesto que no conozco varón -, - ¡ ven! - le dijo la mariposa.

Al llegar al borde del acantilado le entregó un calidoscopio. Ella sólo pudo ver, como siempre, un océano de dolor. Siguió mirando instada por su innata curiosidad, descubriendo una pequeña isla. Allí, el mar se suavizaba templando sus olas convirtiéndolas en una imperceptible y tenue marea. En la isla sólo estaba él.

Él; duro, sentimental y solitario, con un eterno cigarrillo en sus labios; sentado con las piernas abiertas bajo la frágil sombra del esqueleto de una palmera. Mirando sin ver el mar. Imaginando un rugir de olas acorde con su alma. Diríase que fuese la imagen congelada de una triste fotografía.
El halo de soledad y tristeza que acompañaba a ese hombre caló de una forma especial en la mujer. Sus días ya no transcurrían observando las nubes, sino deslizando su mirada sobre esa isla, hasta que un día él se dio cuenta de que no era el único habitante de este pequeño mundo. Un raquítico coco había caído encima de su sombrero y le había dicho: - ¡ Búscala! -.

Ella dejaba acariciar su cuerpo medio desnudo por tibios rayos de sol, cuando oyó una respiración desconocida en el acantilado de Belleza. Al pronto supo que era él. Con ansia y sin demora le buscó. Cuando le vio allí parado, casi perdido, sintió un poderoso deseo de tocarle, de recorrerlo con sus manos, de estrecharlo entre sus brazos... Avanzó hacia él emborrachándose en su olor, le tomó de la mano y juntos se sentaron en el borde del acantilado dejando caer sus piernas al vacío.
Él, rodeó la cintura de ella con su brazo. Ella, apoyó su cabeza en el pecho de él. Ambos imaginaron el horizonte de Pasión que se abría ante ellos. Juntos, siempre juntos. Entonces eran dos, más tarde serían tres.


Gracias a esos sueños, a esos mundos inventados, gracias a esa dulzura y sensibilidad que brotaba y se difuminaba en el papel, conseguía amortiguar el daño que puñaladas de jóvenes inconscientes me hacían...-pag.52, Fotos de un Adiós-